Hay gente que vuelve al infierno como quien vuelve a casa, y no al revés. Están en estos momentos recogiendo el calcetín perdido debajo de la cama, doblando toallas, sacudiendo arenas, jugando al tetris con el maletero, suspirando, echando gasolina.—Toca volver al infierno, hay que trabajar– dicen, sin que nadie les pregunte, mientras ponen rumbo a Madrid y el expendedor les mira con cara de ahí os masifiquéis todos en vuestra meseta.Es fácil imaginárselos llegando a casa, al fin, desde distintas partes del mundo –Tailandia, Grecia, Sangenjo, Albacete–, abriendo la ventana del dormitorio y degustando la frase sílaba a sílaba: «Me encanta el olor a napalm por la mañana». Y luego, antes de regar las plantas sedientas, antes de meter la maleta en el altillo, llaman a Luis, o a Juan, y los dos bajan alegremente a la terraza de la esquina, felices como diablillos, saludan a Manu y le piden una caña.—Esta ciudad está cada vez peor. Más invivible. —Y tanto.—Ya ves.—Otras dos, por favor– le pide al camarero, que no se llama Manu pero ya no los quiere corregir, después de tantos años.—Aquí tenéis.—Es que es imposible hacer planes de futuro. Con estos precios y estos sueldos, ya me dirás qué hacemos –y se mete un puñado de kikos en la boca. Mastica, y cuando ha tragado la mitad, continúa–. Por cierto, ¿qué haces este finde?—Puf, este mes lo tengo complicado.—Ya, tío, yo tengo tres cenas de reencuentro de después de verano. Y el mes que viene una boda y un concierto de Ara Malikian . Y me han invitado a una 'premiere' el lunes, pero he tenido que decir que no –hace una mueca de es lo que hay y se da la vuelta–. ¡Manu! ¿Te queda algo de tortilla?—¡No, jefe!– responde Samuel.—Es que ya ni en el bar del barrio se puede comer. No sé qué hacemos aquí.Hay un madrileño que ha hecho de odiar Madrid su deporte olímpico, su refugio, su hogar. Es un hombre o una mujer que ya no habla del tiempo en el ascensor, ni de la vacación, sino del precio de los alquileres y de los malditos pisos turísticos y de la Gran Vía, horrible siempre, y del tráfico desquiciante, y de la polución, y de esta vida loca, tan rápida, tan acelerada, tan ruidosa, tan Ayuso . Odia Madrid como si no fuera parte de ella, odia Madrid como se odia el capitalismo, como se odia al turista, como se odia el plástico: con un sentimiento de culpa judeocristiano que, por lo que sea, le produce placer. Es el madrileño de Schrödinger , que sufre y disfruta a la vez, igual que los crucificados de 'La vida de Brian'. Su pregunta favorita es:—Si tanto la odias, ¿por qué no te vas de aquí?—Ah, la falacia de la libre elección– y sonríe, con ganas de 'mansplaining'. —Ya, es muy difícil elegir entre tantos teatros, museos y restaurantes. Es como elegir película en Netflix. Al final no ves nada.—No, no es eso.—Ah, perdón, te refieres a que ya con estas resacas no estamos para…—Que no. Lo que digo es que no elegimos vivir aquí . Nos han empujado.Antes de que su interlocutor diga quién, le explica un montón de cosas sobre la despoblación, el centralismo y los borbones. Cuando empieza a enumerar sus destinos soñados, lo interrumpe.—¿Pero tu madre no tenía una empresa en Oviedo?—Sí, pero no es de lo mío.—Ya…, ¿pero tú no teletrabajabas tanto? Podrías pasar temporadas allí, gozando.—Es complicado.Y tanto: con lo bien que se vive en el infierno…
Publicado el 26-08-2024 09:17
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