En uno de aquellos párrafos interminables de 'El otoño del patriarca' (Sudamericana, 1975) sin apenas puntos, como si quisiera dejar exhausto al lector, Gabriel García Márquez describía así a su anciano protagonista, el dictador Zacarías: «Deprimido por la revelación instantánea de que todo acababa por encontrar su lugar en el mundo, todo menos él, fue consciente por primera vez de la camisa ensopada de sudor a una hora tan temprana, del hedor de carroña que subía con los vapores del mar y del dulce silbido de flauta de la potra torcida por la humedad del calor. Y se dijo sin convicción: es el bochorno».Para el premio Nobel de Literatura, el calor era un ingrediente imprescindible en sus obras. Una auténtica obsesión. Tanto es así que, si durante el proceso de escritura percibía que su novela no reflejaba el sofoco del trópico o el sudor de los personajes, no tenía el más mínimo problema en reescribirla cuantas veces hiciera falta. Dicen que llegaba, incluso, a organizar viajes de última hora a países donde las temperaturas eran dolorosamente altas o a inventarse sistemas de calefacción artificial en las habitaciones donde trabajaba, únicamente para sentir ese calor en sus carnes y narrarlo de la forma más exacta posible. Cuando escribía 'El otoño del patriarca', de hecho, el autor colombiano se quejó a su círculo más cercano de que no conseguía que hiciera calor en su piso de Sarrià-Sant Gervasi, en Barcelona. Entonces llamó a una amiga por teléfono y le comentó: «Ayer llegué de Madrid y no he empezado a escribir de nuevo. Me fui porque encontré que mi nuevo libro era una mierda. Esperaba opinar distinto a la vuelta... Sin embargo, lo sigo encontrando una mierda. Tampoco logro que haga calor en el libro. Pongo que hace calor y no lo hace».Noticia Relacionada Todos los detalles de 'En agosto nos vemos' estandar Si Gabriel García Márquez resucita con una novela erótica y feminista Bruno Pardo PortoEn una entrevista de 1972, tres años antes de su publicación, Gabo explicó así la medida que tomó al respecto: «Hubo un momento en que no conseguía que hiciera calor en la ciudad de 'El otoño del patriarca'. Para mí eso era muy grave, pues transcurre en una ciudad imaginaria del Caribe. No basta con escribir 'hacía un calor tremendo'. Al contrario, es mejor no escribirlo y que el lector lo sienta. Lo único que se me ocurrió fue cargar con toda mi familia e irme al Caribe, donde estuve errando por allí casi un año, sin hacer nada. Cuando regresé a Barcelona de nuevo, revisé lo que llevaba escrito, sembré unas plantas de flores muy intensas en algún capítulo, puse un olor que hacía falta en otra parte, y ahora ya no hay problema. El libro va disparado sin tropiezos hasta el final».'Cien años de soledad'Morirse de calor le servía al futuro Premio Nobel para romper el bloqueo creativo y terminar sus obras. Ya le había ocurrido en su título más famoso, 'Cien años de soledad' (Sudamericana), que había publicado en 1967. La historia transcurría en Macondo, el pueblo ficticio en el que desarrolló muchas de sus obras, donde el calor era tan sofocante que solía anticipar los desastres y crímenes que estaban por venir. En esta cuarta novela de su bibliografía –si exceptuamos el libro de cuentos 'Los funerales de la Mamá Grande' (Universidad de Xalapa, 1962)–, Gabo decidió comenzar, sin embargo, con una escena ya mítica en la que el protagonista recordaba cómo su abuelo le había llevaba a conocer el hielo. Un acontecimiento que el propio autor vivió en la realidad cuando era niño.Esa es la razón de que lo incluyera al principio de la ficción, como un suceso trascendental en su vida y en su obra, tal y como explicó, décadas después, en sus memorias: «Recuerdo que toqué el hielo y sentí que me quemaba. Por eso necesitaba el hielo en la primera frase de la novela, porque en un pueblo como Macondo que en la trama es el más caliente del mundo, la maravilla es el hielo. Si no hace calor, no me sale el libro. Tanto calor hace, que ya no hizo falta volver a mencionarlo, estaba en el ambiente». 'La hojarasca'Ya desde 'La hojarasca' , la novela corta con la que hizo su debut en 1955, Gabo nos introduce en ese mundo mágico de Macondo que quemaba solo de leerlo. «Hemos venido a la casa donde está el muerto. El calor es sofocante en la pieza cerrada. Se oye el zumbido del sol por las calles, pero nada más», narraba. La obra gira en torno al entierro de un médico misterioso y odiado al que sus vecinos no quieren dar sepultura. Poco más de cien páginas en las que la única constante era el polvo, la soledad y, efectivamente, el calor sofocante, el mismo que él había padecido desde su juventud. En los años 70, García Márquez contó otro episodio personal que él mismo calificó de «decisivo» en su vida como escritor. Ocurrió en Aracataca, el pequeño pueblo del que se marchó cuando tenía ocho años y al que regresó de manera fugaz, con su madre, al cumplir los 15. Al llegar las calles y las casas le parecieron más pequeñas, como suele ocurrir con los sitios de la infancia. Pero él añadía: «Era un pueblo polvoriento y caluroso; cuando llegamos era un mediodía terrible en el que se respiraba polvo. Era un pueblo donde fueron a hacer un tanque para el acueducto y tenían que trabajar de noche porque de día no podían agarrar las herramientas del calor que hacía. Mi madre y yo lo atravesamos como quien atraviesa un pueblo fantasma».Siempre el calor. En su vida, en sus cuentos, en sus novelas… Un calor insoportable del que parece que no quiso escapar jamás. Gabriel García Márquez murió el 17 de abril de 2014, a los 87 años. Un Jueves Santo, el mismo día que Úrsula Iguarán, uno de los personajes clave de 'Cien años de soledad'. En la novela describía ese momento así: «Hizo tanto calor que los pájaros desorientados se estrellaban como perdigones contra las paredes y rompían las mallas metálicas de las ventanas para morirse en los dormitorios». El día que él falleció, también apareció un pájaro muerto dentro de la casa en la que el escritor había pasado sus últimas horas de vida. Lo encontraron desplomado en el suelo cerca del sofá que solía ocupar.
Publicado el 25-08-2024 04:12
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