Antes de dedicarse a la escultura, Eduardo Chillida empezó la carrera de Arquitectura. Cuando decidió abandonarla y marcharse a París para comenzar sus estudios en Bellas Artes, le dijo a Pilar Belzunce: «Si tú me sigues...». Dos años después, se casaron y emprendieron una aventura personal, familiar e intelectual que sólo pudo disolver la muerte. Así lo cuenta su hija Susana Chillida en el libro 'Una vida para el arte. Eduardo Chillida y Pilar Belzunce, mis padres' (Galaxia Gutenberg), que llega este mes a las librerías.En estas páginas, la psicóloga, fotógrafa y documentalista repasa la trayectoria profesional de su padre al tiempo que teje unas memorias de familia en las que su madre, Pilar Belzunce, se muestra no sólo como una mujer adelantada a su tiempo, sino como parte orgánica de un proyecto personal indisoluble. «Mi padre, mi madre y la obra no existían por separado, formaban juntos una misma vida», cuenta Susana Chillida en su casa de Madrid. Confiar en la voz Este es un libro longevo, íntimo, profundo. Susana Chillida lleva la vida entera escribiéndolo, pero tuvo que atravesar el duelo del padre primero y de la madre después para percibir el inmenso volumen que sus personalidades ocuparon en su vida y cómo todo cuanto hicieron influyó en ella, sus hermanos y su entorno inmediato. No hay moldes para explicar algo tan grande y complejo. Para acometer esa tarea, fue necesaria una voz propia que las conversaciones con su amigo el escritor Ray Loriga le permitieron forjar dentro de sí misma. «Susana y yo somos amigos desde hace 30 años —explica el escritor, sentado ante una mesa de jardín—. Ella me había enseñado escritos suyos de un potencial muy grande. Nos juntamos a hablar mucho tiempo sobre los distintos textos y las posibilidades de cómo formular y construir esta historia». Susana, que viene de mostrar a la redactora y a la fotógrafa el estudio donde ensambló gran parte de estas memorias, asiente. «Llevo años escribiendo sobre mi padre y su obra, primero para una serie en DVD, para mis películas. Pero también de lo que está en este libro surgió a partir del duelo de mi madre». Loriga lo tenía claro, mucho más claro que ella, ese libro tenía que buscar su propia forma. «Quedamos con Claudio López Lamadrid —mi amado y añorado Claudio, añade el escritor—. Lo que le enseñamos le gustó muchísimo. Yo coincidía con él en darle ese matiz de memoria personal». A una familia compleja, hay que contarla complejamente, algo que sólo podía conseguir Susana al abordar sus propias vivencias y recuerdos. Y que Loriga intenta explicar como parte de un proceso de decantación y reflexión. «Mi papel aquí no era editar, ni corregir, sino que ella confiase absolutamente en su voz. Y eso es lo emocionante. Ella va descubriendo cosas de su padre y de su madre, mediante las fotos, las cartas, los recuerdos», explica Ray Loriga.Susana Chillida. taniA sieraUna vida escrita Susana Chillida se tomó el tiempo necesario, pues debía contar ya no una ni dos, ni siquiera ocho vidas si incluía a sus hermanos. Tenía algo mucho más grande. Cuenta un tiempo, una obra, una sensibilidad cosmopolita y la fragua personal de unos de los artistas más importantes del siglo XX. «A partir de la muerte de mi madre empiezo a escribir. Cuando paro, creo que en 2017, fuimos donde Claudio López LaMadrid con todo el material», explica Chillida. «Retomé el proyecto en 2022. Estuve todo ese tiempo añadiendo, matizando, ensamblando y descubriendo nuevas y más cosas. En una familia de ocho hermanos, cada uno tendrá un recuerdo distinto de papá y mamá, me pareció bien cruzarlo y contrastarlo». Y así fue: ensambló una vida y las que constelaban a su alrededor. A la pregunta sobre cuál de todas las facetas de la vida de Eduardo Chillida queda reflejada en estas páginas, su hija contesta, sin dudar: «El lector va a encontrar al Chillida hombre, al Chillida marido enamorado de una mujer, a un padre cariñoso, a un artista famoso, a alguien admirado por mucha gente —y me imagino que envidiado también—, pero tampoco la gente sabe lo que cuesta el sacrificio que supone entregar una vida al arte hasta el fondo, como lo hizo él y como lo hacen tantos artistas, porque los malos también lo hacen y no triunfan. De ahí el talento».La arcilla es dócilLas esculturas 'Peine del viento' y 'Elogio del horizonte', también las lurras, los anagramas, los aforismos, las gravitaciones, los collages..., por estas páginas desfila toda la obra de Eduardo Chillida. Formado en París, cultivó un lenguaje propio. Durante sus años de juventud fue portero de la Real Sociedad, pero una lesión lo condujo a una relación muy distinta con el tiempo y el espacio. Forjó hierro, cinceló mármol, serró y talló madera. Lo que jamás disfrutó fue la arcilla. «Le importaba la fisicidad de las obras y su implicación en cada parte de ese proceso. No le gustaba la arcilla porque prefería enfrentarse a materiales que tuvieran una voz tan fuerte, criaturas desobedientes y que él tuviera que aprender cómo entrar en esa materia. La arcilla es dócil y a él le gustaba el reto de enfrentarse a una materia, jugar con ella y pedir permiso igual que pedirle permiso al hierro». Uno de los primeros recuerdos que guarda Susana Chillida de su padre fue un abrazo que él le dio cuando ella intentaba llegar a casa de memoria. «Parecía una de sus esculturas».Susana Chullida, en su estudio. tania sieraDe Calder a Ciorán Escrito en orden cronológico, acaso para mantener una ilación biográfica e histórica, el libro da cuenta de la Europa y la América de décadas decisivas, desde la posguerra y el franquismo en España hasta la eclosión intelectual de la modernidad forjada desde las vanguardias. En ese tapiz histórico, Eduardo Chilida es, según Ray Loriga, a todas luces excepcional. «Al hablar de esos años 50, 60 y hasta la muerte de Franco, la experiencia de tu padre es desde luego atípica», dice Loriga dirigiéndose a Susana Chillida. «Es totalmente atípica y extemporánea, porque no tiene nada que ver con lo que sucede en España. Él va a París a charlar con Giacometti. Es amigo de Calder, está con Braque, con Chagall . Tiene una experiencia vital muy cosmopolita. Hasta dentro Europa era exótico porque no todo el mundo, por muy europeo que fuese, conocía a Giacometti ni a Calder, ni a Braque, ni a Heidegger ni a Cioran»El origenLa carencia del euskera, que su madre no le había transmitido, marcó a Eduardo Chillida «más de lo que nadie pueda imaginar». Fue una de las grandes tristezas de su vida, explica Susana. «Él era un vasco que valoraba mucho el carácter euskaldún, que literalmente quiere decir 'el que tiene la lengua'-. Entrando en los años setenta hizo un verdadero esfuerzo por aprender el idioma. A alguno de sus hijos nos animó a hacerlo y empezamos a aprender euskera juntos». «Desgraciadamente para él, siendo el euskera una lengua tan difícil, el aprendizaje requería mucho más tiempo del que mi padre podía dedicarle. Para él, su arte fue siempre lo primero y sus obras desde luego hablaban euskera, como él solía decir. Por eso en muchos casos desde el principio les puso títulos adecuados en esa lengua». No «tener la lengua era un conflicto para él, que se sentía absolutamente vasco».Sus obras, sin embargo, hablaban todos los idiomas. Su trazo y su mirada ilustraron las palabras de Parménides, Heidegger o Ciorán. La universalidad de Chillida, tal como explica su hija Susana, proviene de una profunda conciencia de la materia. Eduardo Chillida, escribe ella, se sabía hijo de la luz negra de su tierra, País Vasco, pero se rendía a la luminosidad mediterránea, que lo deslumbró a su paso por Grecia en los años sesenta y que incluso lo llevó a tener una casa y un estudio en Menorca. El título del libro, «una vida para el arte» es la síntesis entre obra, memoria, biografía, legado y pertenencia.
Publicado el 05-09-2024 12:38
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