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«Yo viví en el Instituto Cervantes»

«Yo viví en el Instituto Cervantes»

Luis entra en el Instituto Cervantes como si fuera su casa. «Mira, ahí estaban las cajas, donde iba la gente a sacar dinero. Y por aquí se entra a lo que ahora es la  Caja de las Letras [antes la cámara acorazada del banco donde se guardaban las cajas de seguridad]. Y allí [señala la sala de exposiciones] estaba Valores, se entraba por el chaflán, era donde se cambiaban las divisas...». Luis se siente como en su casa porque el Cervantes fue su casa. Vivió aquí durante once años, desde 1974, cuando tenía 12 años, hasta 1985, cuando se marchó para hacer vida de casado. Su padre era el conserje general del Banco Central. «Él siempre se ponía aquí», recuerda, en la entrada de Barquillo 4, por donde hemos entrado nosotros. Por aquí llegan todos los días los trabajadores de la sede central del Instituto Cervantes, el organismo estatal que se encarga de promover el español por el mundo.Que la sede principal del Cervantes fue un banco es un recuerdo remoto. El señorial edificio, ubicado entre la calle Alcalá y Recoletos, fue concebido por el arquitecto Antonio Palacios como un banco. Con una fachada clásica flanqueada por cuatro cariátides, en 1918 aspiraba a ser la representación del poder del dinero. Y esa fue la función que cumplió, primero, con el Banco Español del Río de la Plata y, después, con el Banco Central. Todo ha cambiado mucho en estos últimos cuarenta años. Antes se cultivaban los oficios. No todo se externalizaba, como ahora, y parte del personal incluso vivía en su lugar de trabajo. «Yo pasé mi infancia en el barrio de Aluche. Un día, mi madre nos dijo a mi hermano y a mí que nos íbamos a vivir donde trabajaba mi padre», recuerda Luis. Tenía 12 años cuando se mudaron, un año antes de la muerte de Franco, y sus primeros recuerdos son vagos: «Aunque sí tengo una primera impresión de una vivienda mucho más grande que la otra, metida dentro de una gran piedra y con una terraza inmensa y unas vistas que daban a lo que luego supe era el centro más imperial de Madrid». A esa terraza con vistas a Cibeles pretendemos regresar hoy.Las vistas desde el punto más alto del Instituto Cervantes José Ramón LadraNos recibe Cristina Alonso, la arquitecta responsable de Gestión de Inmuebles del Cervantes, con los planos históricos del edificio. La vivienda aparece por primera vez en los planos de Manuel de Cabanyes y Mata de 1944, del proyecto de ampliación del Banco Central. «Hoy es nuestra sexta planta», le explica a Luis. «Ya no la vas a ver así. En los 90 cambiaron los ascensores por los que subías a tu casa y en la zona de la casa metieron las máquinas de climatización. Ahora es la sala de bombas. Aún queda una salida pequeña a la terraza, que da al Cuartel General del Ejército». Esa terraza sí la recuerda bien Luis. «Era un terrazón. Yo saltaba un muro y salía al patio del Servicio de Estudios del banco los sábados y los domingos para jugar al balón con mi hermano. Hacíamos pelotas con papel y celofán. Recuerdo que en Navidad permitían a algunas familias de empleados ver la Cabalgata de Reyes desde las vidrieras del banco [desde lo más alto del edificio, a la altura de la vivienda]. Yo la veía desde mi terraza».Subimos en el ascensor y empiezan a brotar los recuerdos. «Una tarde de verano volvimos del pueblo de mi padre (Valdepeñas) con una arroba de vino. Era una botella verde grande, de 16 litros, forrada de cáñamo. Creo que la solté con más fuerza de lo debido y todo el vino cayó por el hueco del ascensor. Esa zona del banco estuvo oliendo a vino varios días». La de Marín, como conocían al padre de Luis, no era la única vivienda. En esa misma planta había una segunda casa para el otro conserje general. «Nuestros vecinos eran un matrimonio. En la nuestra vivíamos mis padres, mi abuela, mi hermano y yo. Mi madre comenzó a vivir un cierto cambio en el banco, ya que había toallas de tela en las decenas de cuartos de baño que tenía el edificio, y mi madre se encargaba de lavarlas y mantenerlas, con lo que generaba una facturación que le dio cierto empoderamiento económico. Mi hermano y yo la ayudábamos a realizar las facturas que presentaba al banco».La sala de bombas actual se construyó en 1995 sobre la vivienda del conserje José Ramón LadraLa casa del otro conserje general hoy alberga oficinas. Un cartel, nada más salir del ascensor en la sexta planta, señala con flechas el camino hacia recursos humanos y gestión de personal. Para llegar a la casa de Luis hay que cruzar un pasillo y entramos en una zona con techos altos e invadida por tuberías. La vivienda desapareció hacia 1995, cuenta Cristina Alonso, en unas obras de gran envergadura. «Yo giraba por aquí a la izquierda...», dice Luis. «Claro, esta es la puerta de tu casa». ¿Os acordáis del Cojo Manteca ?, dice de repente. Fue el protagonista de una huelga estudiantil en la que se dedicó a romper todo lo que se encontraba a su paso con su famosa muleta. «En 1987, en una visita a mis padres, me asomé a la terraza del banco y lo vi rompiendo una marquesina, o quizás era un reloj, que había frente al Banco de España». Un plano con el detalle de la vivienda J. R. LadraYa hemos llegado a la terraza, donde en 1980 se hizo una foto con su abuela que todavía conserva. Queda solo una parte de lo que era antes, pero las vistas son las mismas. Al otro lado nos observa el Palacio de Cibeles, el antiguo Palacio de Telecomunicaciones, que a una altura similar ha habilitado un restaurante y un mirador para los turistas más curiosos. «La noche del Golpe de Estado mi padre nos prohibió asomarnos a la terraza, que daba justo al Ministerio del Ejército, por el riesgo de que nos confundieran y pudieran disparar. No le hice caso y me asomé en varias ocasiones. Mi hermano estaba haciendo el servicio militar y estábamos todos bastante preocupados. Yo estudiaba en una academia en la calle Atocha y el profesor nos dijo que nos fuéramos a casa. Llevé a mi novia a su casa en Moratalaz y a la vuelta el taxista no pudo cruzar Cibeles. Llegué al banco caminando ». Allí se refugió también de un atentado. «Recuerdo vagamente que en 1976 hubo una alerta de bomba en el banco. Era de noche y mi padre tomó la decisión que no saliéramos de allí. Decía que los muros del edificio nos protegerían. Así fue: la bomba estalló, pero tan solo rompió los cristales de la fachada».Antonio Palacios y Joaquín Otamendi terminaron en 1918 el Edificio de las Cariátides, que fue ampliado a finales de los 40. Fue sede del Banco Español del Río de la Plata y, más tarde, del Banco Central. Desde 2006, es la sede del Cervantes ABC / José Ramón LadraLuis cuenta que tardó en apreciar el privilegio de vivir en la sede actual del Cervantes. «Yo tan solo sentía que me habían despojado de mis amigos». Y con su hermano seguía volviendo a Aluche en autobús para jugar con ellos. Comenzó a cambiar de amistades cuando empezó su formación profesional en Administración y Banca, en una academia subvencionada por el Banco Central. «A los 17 años ya estaba trabajando de botones en el Banco de Fomento, al lado del Bar Chicote . Allí íbamos a celebrar cualquier acontecimiento de la plantilla. A mis 18 años, mi padre, que era muy celoso de la seguridad del banco, sobre todo los fines de semana, prefería que me quedara en casa antes que abrir el banco -como él decía, aunque solo se tratara de una puerta- a partir de las diez de la noche. Esa etapa de mi vida la recuerdo durmiendo en casa de mi amigo Baldomero».En 1991, con la fusión del Banco Central y el Banco Hispano Americano , la familia abandonó la casa de las Cariátides. «Mis dos hijos, Luis y Javi, desde muy pequeños también han pasado muchos ratos de su vida en el piso, al lado de sus abuelos». Luis siguió volviendo al edificio, pero ya como director de Negocios de Banca Institucional del Banco Santander y para reunirse con los gerentes del Instituto. El Cervantes era uno de sus clientes y había tenido ocasión de entrar en la Caja de las Letras , pero nunca, en treinta años, había podido regresar a su casa.

Publicado el 25-08-2024 04:10

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